
La ausencia era un puñal tan cercano a una sombra que me amarraba, se adentraba para no dejarme ir, entre más penetraba mis rincones más me ataba a su dolor... Era un dolor soportable, como el de una herida casi superficial, que sin embargo, con el simple rose de una prenda me desprendía la piel en carne viva. ¿Quién curará mis heridas? ¿Qué cielo soñaré despierta ahora? Cuando llegue al final del pasillo, ¿seguirá habiendo alguna luz que me ilumine?
Hace frío, y pareciera que desde hace días duermo con un muerto que me abraza por la espalda...