Días y noches
Puede que sea la última vez, una mañana de otoño en octubre, una noche de invierno que olvidé en otro país. Aprendí a hacer fuego en el sur y ahora vivo las consecuencias, quemadura de tercer grado decía el diagnostico, quemaduras en el hipotálamo, irreversibles.
Fue demasiada leña seca, demasiado viento envolviendo los días y noches, me acostumbre al humo, se hizo parte de mi y después me fundí en el. No hay diferencias, al menos, visibles.
De un golpe se borraron rastros irrastreables, se apagaron luces neón que anunciaban sonrisas del otro lado del puente, vagas reminiscencias de un encuentro furtivo, de un rose de su piel en el anonimato de mi espalda. Cruces que me vencen las muñecas y roen mis muslos como polilla.
Ojos secos de arrepentimiento envuelven mis gafas oscuras, mis pupilas gastadas miran cielos desconocidos, aforismos que guardo bajo la cama en una vieja maleta de dos ruedas que ya no giran. Sentencia breve que no tuvo un juicio y caduca en cada amanecer.
Es la última vez, ya no hay más capas debajo de la piel, ya no queda músculo ni nervio, ni siquiera un milímetro de tacto envuelto en papel arroz. Fumaré la última sonrisa que se quedo colgada en mi escritorio, la guardaré en mi pulmón izquierdo, antes que se fugue con el viento que vaga hasta tu cielo.
Escape intermitente de días y noches en mutaciones de células inhibidoras de orientación.
¿Dónde está mi paz? En una sesión no iniciada en el espacio...
-La sesión ha expirado.