Líneas

Recurriré a un cliché para comenzar: “Las primeras líneas son las más difíciles de escribir”, una vez que uno atraviesa la quinta o sexta línea todo parece desplazarse más fácilmente. Hace tiempo que no escribía y pareciera que mis manos están oxidadas, que mi cerebro se hubiera secado un poco (con este calor imposible no secarse), y que la inspiración, si es que existe, se hubiese alejado de mí tal como lo hiciera un desconocido en plena alameda.

No recuerdo cuando fue la última vez que escribí algo, si es que a mis relatos a medias se les puede llamar escritura, pero hoy vagamente sentí una necesidad por perderme un rato en el teclado de mi empolvada computadora, nunca estoy despierta a estas horas, para mí esto es madrugada, suelo dormir tarde, a veces haciendo nada, lo sé, he perdido demasiado tiempo. Mientras conducía mi camioneta hoy por la mañana a una velocidad más o menos lenta, miraba a los conductores que me rebasaban, llenos de prisa, con los ojos vacíos, con sus camisas blancas a medio planchar y sus corbatas de algún color de mal gusto, mujeres de copiloto maquillándose el rostro, tratando de ocultar los estragos de la edad, y yo simplemente miraba el tablero detrás de mis gafas oscuras, todo parecía en orden, luego vino a mi mente que el sueño se había ido, que mi cuerpo empezaba a acostumbrarse a ponerse de pie por la mañana, tanta razón tenía Benedetti cuando decía que a todo se acostumbra el cuerpo, de inmediato pensé en escribir algo apenas llegara a casa, como si mis manos estuvieran heridas y quisieran encontrar alivio en un instante. Pero no fue así, hubo contratiempos, cosas insignificantes que hacen que uno pierda el tiempo y cuando miras el reloj ya es tarde para ir al trabajo,  la mañana corre tan deprisa que no alcanza ni para tomar un café y acomodar las ideas, excusas, excusas y nada más...


Eso entre otras cosas que ni siquiera vale la pena mencionar, hicieron que perdiera mis ánimos de escribir, y así han ido sucediendo las semanas, los meses, los años, y me he vuelto una sombra que pasa sin esperar que la miren. Ayer conversando con una buena amiga, dispersa, pero buena acompañante de charlas (la mayoría sin sentido), me argumentó: las excusas son para los débiles, temo reconocer amiga mía, quizá con vergüenza, que me he vuelto demasiado débil. Aunque quizá hoy te alegres al saber que he vuelto a escribir, tal vez no una novela pero sí estas líneas, que aunque parecen no tener sentido, es lo más productivo que he hecho en meses. ¡Gracias!

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