Cuidado con el tren

Ya lo ves, no quedan papeles ni plegarias, no queda sentido y es un lugar oscuro, tan desolado.

Tengo vértigo ¿te lo había dicho ya? Apenas subo un metro y me mareo. Creo que me voy a desvanecer, ya no tengo miedo, mañana que sea eterno, podré estar contigo, cuidándote, aunque no puedas sentirme.

Me dijiste que no había cerros que no saludaran, ni desiertos como espacios que quisieran escuchar nuestras voces ausentes, impenetrables, tengo pánico de que sepas quien soy.

Porque yo te espero a la una y a las dos, incluso a las cinco vuelvo a esperarte un poco más, no creas, nunca creas estos falsos abandonos, diría Benedetti. Pero, ¿sabes algo? Yo te esperaba aquel domingo en que apareciste de la nada y llenaste los vacios que daban vuelcos en mi vida, como una montaña rusa que apenas y se veía venir.

Las calles silenciosas me quitan las palabras, mis movimientos tartamudos me soportan apenas, creo que no queda tiempo, envejezco. Creo que podrías estar en algún semáforo, esperándome, sin saber.

Pero las cicatrices son la prueba de que el pasado existió. Yo recuerdo los inviernos porque siempre me hacían desear lo que ya era mío.

Antes los días no eran grises y no por ello eran mejores, te desnudaste y tenías múltiples cicatrices, y yo las ame a todas porque eran tuyas, porque eran tu historia, porque pronto yo también sería una de ellas, no sé si de las profundas, pero por lo menos de las que arrojaron dolor… de las que sentiste no sólo sobre la carne.

Mis días ya no tenían noches, nunca quise alejarte, la mañana sigue nublada y sin embargo, las flores siguen creciendo bajo la sombra. La vida es así, continúa aunque la vida siga lluviosa o soleada. ¿Recuerdas aquella tarde donde nos conocimos?

Te veo saludar al cotidiano con un aire a misterio que no existe, sólo quieres decir que él ha muerto y que por eso no cabe en tu cuerpo, que deseabas que en algún momento probablemente pudiesen encontrarse en la salida del metro o en un horizonte que no tiene sendero cierto.

Entonces ella decidió alejarse de todo, estaba harta del mundo, pero desconocía que el mundo era aquel minuto en que se encontraba sumergida en un infinito de probabilidades. La vida es tan desgastante a veces, que nunca distinguimos el comienzo del final, sólo nos paramos en un punto donde no encontramos la lógica a nuestros segundos vacíos, para después decir adiós...

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