Semana 47


Viernes, el último de noviembre, onceavo mes del 2011, treinta y seis días para finalizar el año. El tiempo avanza como agua que se escurre entre los dedos, que por más que uno trate de juntarlos inevitablemente cae al suelo. Es un día soleado en Santiago, ansiedad matutina porque termine la jornada, ambulantes callejeros en el vaivén de las calles repletas de vacío.

Hoy no tengo de que hablar, a veces no hay nada que decir, sin embargo, mis manos siempre están esperando ese minuto de enredarse entre el teclado y escurrirse en el papel, mi vida siempre es ese minuto, ese aplazamiento entre el deseo, la ansiedad y las ganas de concluir hasta la más mínima cosa. Necesito respirar, otro par de pulmones me vendría bien, los que tengo tienen grillos que no me dejan dormir, que hacen fiesta durante el día, y por las noches, confabulados cuentan los secretos de los invitados hasta el amanecer. Quizá debería pedirles que se marchen, o quizá deba acostumbrarme a escuchar historias mórbidas bajo la almohada de desconocidos.

Hoy quisiera tomar un auto y conducir sin ruta fija, cualquier vía es suficiente, cualquier lugar será el escenario que necesito para salir de la rutina de los viernes, cualquier cielo me serviría para dormir un poco, para escribir quizá otras líneas envueltas en humo, fugaces como los minutos que se van sin darse cuenta. Escaparé…


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